En el artículo anterior, algunas preguntas planteadas quedaron sin respuesta. En este texto, esas cuestiones serán retomadas y aclaradas.
Mateo 24:35-36 marca un cambio importante en el discurso de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. Pero el día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”. Estas palabras demuestran el énfasis de Jesús sobre el estudio de los eventos proféticos.
La profecía no fue dada para satisfacer la curiosidad de las personas sobre el futuro. Las profecías bíblicas no son adivinas del porvenir. Los discípulos querían saber “cuándo”. Jesús responde: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre”. Es como si él dijera: “Si ni yo lo sé, ¿ustedes quieren saberlo?”
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La profecía es dada para que sepamos que lo que Dios promete, él lo cumple, y que sus palabras son llenas de certeza y seguridad. Dios es fiel, y sus palabras jamás pasarán. Dios controla la historia del universo y, por lo tanto, cuida de nosotros. El final de la historia es la victoria de Dios y de su pueblo. El dolor y el sufrimiento de este mundo tendrán fin. Ten la certeza de que Jesús volverá. Los eventos proféticos son descritos para que, cuando veamos su cumplimiento, nuestra fe en Dios se profundice. Este pensamiento puede resumirse en las palabras de Jesús en Juan 14:29: “Y ahora os lo he dicho antes que suceda, para que, cuando suceda, creáis”.
A partir de Mateo 24:37, en la porción más extensa del discurso, Jesús manifiesta su preocupación respecto a la relación de los discípulos con la segunda venida. Él dice que su venida puede sorprender a todos, pero que sus discípulos no deben estar desprevenidos (vv. 37-44). Dos imperativos en este texto resumen el cuidado de Jesús respecto a su regreso: “velad” (v. 42) y “estad preparados” (v. 44). Los discípulos estaban preocupados por saber cuándo volvería Jesús, pero su énfasis está en velar y estar preparados.
La didáctica de Cristo
Jesús cuenta entonces cuatro parábolas para explicar mejor cómo velar y estar preparados (Mateo 24:45–25:46).
En la primera parábola (Mateo 24:45-51), el buen siervo es aquel que cuida de sus consiervos obedeciendo al Maestro. El siervo malo es el que dice: “Mi señor tarda” (v. 48) y empieza a maltratar a los consiervos. El buen siervo, por lo tanto, siempre mantiene en perspectiva que Jesús volverá pronto.
En la segunda parábola (Mateo 25:1-13), las vírgenes que están preparadas para la llegada del novio y entran en su fiesta de bodas son las que tienen aceite de reserva. En la tercera parábola (Mateo 25:14-30), de los talentos, los buenos siervos son los que usan y multiplican los talentos recibidos, mientras que el que no los usa es excluido de la presencia de su señor cuando éste regresa. La última parábola, del gran juicio (Mateo 25:31-46), habla del momento del regreso del Hijo del Hombre en majestad y gloria para juzgar a las naciones. Los justos son aquellos que cuidan de los necesitados por principio y no por intereses de mérito. Esta parábola retoma el tema de la primera y amplía en detalle el tema del juicio.
Aplicación
El buen siervo vela y se prepara teniendo siempre en mente que Jesús volverá pronto. Tiene aceite de reserva, trabaja y multiplica para su Señor, y hace todo esto con intenciones puras. La manera de velar y prepararse para la venida de Jesús no consiste en estar fascinados por las noticias de los periódicos, sino en considerar constantemente que Jesús vuelve, cuidando de los hermanos, profundizando la experiencia con Dios y trabajando para él como una respuesta de gratitud.
En Hechos 1:6, los discípulos hacen la misma pregunta, preocupados por el tiempo: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este
tiempo?”. Jesús responde de la misma forma que en Mateo 24–25, solo que de manera más concisa:
“Les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:7-8).
No nos corresponde conocer los tiempos ni las épocas. Nos corresponde recibir el Espíritu Santo (como las vírgenes prudentes) y testificar (como los buenos siervos) hasta los confines de la tierra, hasta que Jesús venga.
La profecía apocalíptica no fue dada para satisfacer la curiosidad del ser humano sobre el futuro y esperar a prepararse cuando las cosas sucedan. La profecía apocalíptica fue dada para profundizar nuestra fe al saber que la Palabra de Dios se cumple y que la victoria final es segura. En las palabras de Cristo: “Os lo he dicho ahora, antes que suceda, para que cuando suceda, creáis” (Juan 14:29).